En nuestra tercera aportación en iluminar la figura de nuestros grandes navegantes, conoceremos al Teniente general de la Real Armada Española, Don Antonio Barceló, el "Capitán Toni".
Antonio Barceló fue un destacado marino al servicio de la Armada española. De simple marinero ascendió a los más altos grados de la Armada debido a sus méritos de guerra, distinguiéndose en la marina sutil, con pequeñas embarcaciones. Inventó las barcas cañoneras usadas durante el Sitio de Gibraltar de 1779.
Sus hazañas en la mar le dieron fama legendaria. Aún circula por Andalucía un dicho que pondera a Barceló, el «ser más valiente» (o «tener más fama») «que Barceló ni en la mar».
Nació en Palma de Mallorca el uno de octubre de 1717. Desde muy joven demostró su afición a las cosas de la mar, navegando en los buques que hacían la travesía desde Palma de Mallorca hasta las costas de la península, como simple marinero, por su constancia al fin obtuvo el título de tercer piloto de los mares de Europa.
A los diez y ocho años se le confió el mando de uno de los jabeques que hacían la travesía entre las Baleares y la Península. Desde entonces su carrera comenzó a propulsarse sin paragón, combatiendo contra los piratas berberiscos, manteniendo un combate que con dos galeotas argelinas, poniendo en fuga a 13 oficiales del ejército apresados por parte de los berberiscos, varias expediciones contra Argel, entre otros tantos logros.
Hasta llegar al 24 de agosto de 1779, cuando Barceló fue ascendido a Jefe de Escuadra y nombrado Almirante-Comandante de las fuerzas navales destinadas al sitio de Gibraltar. Su fuerza la componían un navío de línea, una fragata, tres jabeques, cinco jabequillos, doce galeotas y veinte embarcaciones menores. Por tierra debía efectuar el ataque el general Martín Álvarez de Sotomayor.
La dificultad para atacar la plaza por mar residía en la más que comprobada inferioridad de los buques de vela y madera de la época contra las fortificaciones terrestres. Nelson afirmaba a este respecto que un cañón en tierra, en un buen reducto, valía diez cañones en embarcaciones, y eso a igualdad de proyectiles, pues desde tierra era fácil responder al atacante con balas rojas1 o granadas incendiarias, que por su peligrosidad estaban casi totalmente descartadas en los buques. Afortunadamente, en el tiempo preciso, Barceló obtiene permiso de Madrid para la construcción de sus famosas lanchas cañoneras, de invención propia, y así poder bombardear la plaza con más potencia. Ideó Barceló armarlas con una pieza de a 242 o con un mortero, y grandes botes de remos. Para proteger a la dotación se las dotó de un parapeto plegable forrado por dentro y fuera de una capa de corcho. Medían 56 pies de quilla, 18 de manga y 6 de puntal, con 14 remos por banda, llevaban la pieza mencionada giratoria, con una gran vela latina, siendo su dotación de una treintena de hombres.
Muchos opinaron que tales botes no podrían soportar el peso, y mucho menos el retroceso, de la enorme pieza, pero las experiencias probaron todo lo contrario. Barceló desarrolló su idea proporcionando a las lanchas un refuerzo de corcho y un blindaje de hierro, que las cubría hasta por debajo de la flotación. Pero pronto se pudo observar que tales precauciones eran exageradas, dado los limitados recursos de puntería de la época, y, sobre todo, porque estas batallas se efectuaban oportunamente por las noches, resultando poco menos que imposible acertar a las pequeñas lanchas cuando atacaban de proa, mientras que éstas tenían muchos menos problemas para batir unos blancos que eran mucho mayores. El mejor juicio sobre su efectividad, y no pudo ser más concluyente, vino del propio enemigo.
Barceló prestó otros innumerables y notables servicios, pero al ser el hombre del pueblo llano, sencillo y que no guardaba las etiquetas, los oficiales formados en las academias de guardias marinas le veían con cierto y mal disimulado desprecio. A tanto llegaron las habladurías y comentarios, que llegó a estar entredicho el que fuera a desempeñar el mando, por lo que el rey relevó a Martín Álvarez de Sotomayor por el duque de Crillon, que llevaba unas instrucciones reservadas para que calibrase la capacidad de Barceló como general. Pero cuando el duque conoció a Barceló, dirigió una carta a Floridablanca, recomendándole para el ascenso a teniente general a pesar de su sordera y su avanzada edad, que era sobre todo en lo que se basaban las acusaciones vertidas sobre su persona por sus detractores.
Continuó con sus hazañas hasta su retiro en Palma de Mallorca, inducido por las ya comentadas envidias y acusaciones que sobre él circulaban, falleció a los 80 años de edad, reposando su cuerpo en una de las primeras parroquias que fueron fundadas en Mallorca durante el reino de Jaime I en la iglesia de la Santa Cruz, en su propia Capilla de San Antonio, que tantos recuerdos trae a la familia Barceló, ya que ellos fueron uno de sus fundadores. Para perpetuar su memoria, se colocó una lápida en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, en la primera capilla del Este.
Si quieren saber más te este emblemático personaje, pueden ampliar su lectura con el fabuloso artículo de la mano de Antonio Luis Martínez Guanter en “http://www.todoababor.es/articulos/bio_antoniobarcelo.htm”